DESALOJAR AL BIBISMO DEL PODER EN ISRAEL PUEDE CONVERTIRSE EN FANTASÍA
Según el orden legal vigente en Israel, las próximas
elecciones generales de un nuevo parlamento que dé confianza a un nuevo
gobierno, están programadas para octubre 2026. Esta fecha podría adelantarse unos
pocos meses en caso que el gobierno actual caiga en un voto de desconfianza, o
alternativamente, por iniciativa propia del primer ministro anunciando su
renuncia.
El sorpresivo proyecto de reforma legal con el objetivo
de institucionalizar un régimen autoritario dominado por un gobierno libre de
todo control que este gobierno liderado por Netanyahu promovió desde su primer
día, junto a su responsabilidad por la tragedia del ataque de Hamas en octubre
de 2023, generó en la sociedad israelí un masivo movimiento popular que ve en
las próximas elecciones la oportunidad de poner punto final a lo que considera
nefasta injerencia política de Netanyahu (el bibismo) en Israel. Las próximas
elecciones son la oportunidad.
¿Se trata de una perspectiva con posibilidades de
materializarse, o más bien estamos frente a un repetido caso de falsas
ilusiones?
Israel se guía por un sistema parlamentario y no
presidencial. La Knesset (parlamento israelí) está constituida por 120
miembros, de los cuales se requiere al menos 61 (50% + 1) que den su voto a favor, y así constituirse en lo que de
inmediato se denomina coalición, para poner en funciones un nuevo gobierno y su
primer ministro.
En la Knesset actual, elegida a fines de 2022, la coalición tiene el apoyo de 68 escaños que, por su pertenencia a sectores políticos definidos (que cada uno puede componer más de un partido), se la puede describir de la siguiente manera: Likud y asociados: 36, partidos religiosos judíos nacionalistas: 14, partidos religiosos judíos ultra ortodoxos: 18.
La oposición se compone de 52
escaños así divididos: Partidos denominados de orientación derecha y centro
derecha:38, de izquierda: 4, partidos de árabes israelíes: 10.
La fragmentación basada en intereses
sectoriales de la sociedad israelí, junto con el carácter extremista de alguno
de ellos, crea precondiciones entre las diferentes listas al proceso de armado
de una posible coalición gobernante.
Los grupos judíos religiosos
nacionalistas y aquellos que representan a los judíos religiosos ultra
ortodoxos disponen de un potencial de electores cautivos y prácticamente fijos
del orden del 23% del total Estos dos grupos exigen priorizar políticas
sectoriales muy específicas y claramente extremistas (colonizar territorios
palestinos, imponer orden religioso en la vida cotidiana, subvencionar
fuertemente la religión y a religiosos, eximir del ejército a ultra ortodoxos,
etc.). Ante estas exigencias, en la práctica, solamente el Likud está dispuesto
a relacionarse positivamente con ellos con el objetivo de formar coalición.
En el otro extremo están los partidos que representan al
público árabe israelí. Aunque el potencial electoral de esta población se
acerca al 18%, una enraizada conducta de no participar en procesos electorales
y divisiones internas reducen su participación a cerca del 10%.
En el medio, el componente judío de la oposición, con
un arco de concepciones que van de una derecha liberal, sin intenciones de
imponer soberania sobre territorios palestinos, pero "manejando el
conflicto" sin dar derechos civiles a población palestina, hasta la
izquierda histórica que demanda la solución de dos estados independientes.
Los diversos sondeos de intención de voto para las próximas
elecciones publicados los dos últimos años, con una frecuencia prácticamente
semanal, proyectan hasta el dia de hoy un panorama estable y con muy pocos
indicativos de un gran cambio. Estos resultados promedio se pueden resumir
(siempre sujetos a cambios futuros) con los siguientes números: coalición
actual: 52-48 escaños, oposición actual: 58-60 escaños, partidos árabes israelíes:
10-12 escaños.
La enraizada tradición racista inherente a la gran mayoría
del componente judío de la sociedad israelí logró acuñar en su liderazgo una
conducta que reprime toda intención de hacer partícipe a partidos árabes israelíes
en coaliciones gubernamentales. El único ejemplo lo fue el gobierno liderado
por Bennet y Lapid de 2021 que, por ese motivo, perduró en la práctica menos de
un año siendo obligado a renunciar.
Bajo estas condiciones, si la oposición de hoy al
gobierno de Netanyahu aspira desalojarlo de funciones en las próximas elecciones
(con más de 61 escaños si pretende formar gobierno estable), esta opción se podrá
materializar solo si el electorado del Likud abandona masivamente a Netanyahu
de manera que caería de los 36 escaños de la presente Knesset a menos de 23,
cometido políticamente muy difícil de ser alcanzado. La oposición no puede soñar
con cosechar votos dentro del electorado de los grupos religiosos ultra
ortodoxos, religiosos nacionales o árabes israelíes.
Ante un callejón sin salida de un empate político que impide
la formación de gobierno, tal como ocurrió en tres oportunidades en Israel antes
de la última elección a fines de 2022, nadie debe descartar la posibilidad que
uno o dos partidos de la tradicional oposición se acoplen nuevamente al
liderazgo de Netanyahu, tal como poco tiempo atrás lo hicieron Gantz y Gideon Saar.
Herzlya – Israel 12-10-2025
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@KupervaserD
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